“Yo pasé el mono de heroína a pelo en el suelo del salón de mi hermano. En aquella época no teníamos buprenorfina porque las terapias debían ser libres de todas las drogas”. Joaquín se puso en tratamiento en el año 1999, una época en la que, en sus propias palabras, “los adictos éramos culpables y debíamos ser reeducados”. Diez años después, Jorge, adicto al alcohol, se acercó a su centro de salud buscando ayuda: “Mire, ya no puedo más, estoy perdiendo la cabeza”. Su médico le propuso ir a un centro de desintoxicación gestionado por una iglesia evangélica. “Me quedé loquísimo y me fui a casa hecho polvo”, recuerda. |